La Bala que Nunca Disparó Sam Peckinpah…

La línea que divide la lírica romántica del más chabacano concierto de mamporros (siempre defendible en función de su contexto, época y lugar) es muy fina en ocasiones. Mientras que el primer grupo recurre a la violencia como medio de expresión de un desesperado romanticismo, el segundo busca la evasión mediante cabezas reventadas y piernas dislocadas. Es la ética y la estética lo que define a cada uno de ellos, si bien no han sido pocas las ocasiones en las que estos conceptos se barajaron caprichosamente hasta hacerse indivisibles. «Drive» pertenecería al segundo grupo, al que utiliza la violencia de modo lúdico, en busca de glorificar la estética del macarra rebelde con causa, de no ser por el halo fatalista que recubre cada uno de sus fotogramas. Va mucho más lejos aún de tales pretensiones, pues en lugar de acomodarse en tan cómodo cliché, no duda en utilizar elementos clásicos de la serie b setentera en un loable afán por cerrar bocas  y mostrar actitud.

Dirigida por el tíbio Nicholas Winding Refn, la cinta narra la historia de un tipo solitario sin nombre (Ryan Gosling), excelso conductor a sueldo de la industria del cine como especialista, que ocasionalmente alquila sus servicios a los hampones locales, al tiempo que trata de hacerse un lugar como piloto de carreras.  En su fatal camino conocerá a Irene (Carey Mulligan), joven madre a la espera de que su marido salga de prisión. De su costado surgirá el chispazo que dará inicio a la tragedia, y una historia de amor sin besos ni abrazos que despedazará emocionalmente a quien pensaba había extraviado su apaleada alma en cualquier callejón.

Widing Refn rememora indisimuladamente a clásicos del cine negro como «Profesión: el especialista» de Richard Rush, y «Código del Hampa» de Don Siegel, pasada por el tamiz lírico del desencantado Peckinpah de «Junior Bonner». Presentadas sus credenciales y sus intenciones, prescinde de la chulería habitual inherente a todo héroe justiciero sin negar que su origen se localiza en las cloacas. Así pues, el protagonista habla lo justo, viste una chaqueta con un escorpión bordado en su espalda (inequívoca metáfora que oficia al tiempo como signo identificativo del protagonista), conduce, tanto su vida como su auto, de modo suicida, y exuda testosterona bajo una capa de indiferencia. Ya que el mundo no cuenta con él, se limitará a transitar sus márgenes. Cada oportunidad sesgada por el destino, cada yunque anudado a su espalda, es narrado por el director con una ligera capa de niebla que marca las distancias entre el personaje y la realidad. La violencia, extremadamente cruda, aparece en sintonía con esas pautas marcadas a fuego, funcionando de modo algebraico, de escalera hacia el cadalso del conductor sin nombre ni pasado.

Meticulosamente filmada, planificada con maestría, tan solo le restaba atrapar el aliento de un cine que ya murió. Labor fraguada con éxito cada vez que un puño se lanza en pantalla para estallar ante nuestros rostros en lugar de quedarse atrapada en los límites que marca la pantalla, o cada vez que los personajes se dejan acunar por su destino fatal. ¿Quién podía pensar que Winding Refn fuese cazador de auras?

Revival setentero a juicio de unos; ochentero para otros; catálogo de mohines chulesco para un puñado más… Definirla, para quien esto escribe, no precisa de otra frase que la que recurre al lugar común: la bala que nunca llegó a disparar Peckinpah. Así de grande es…

2 pensamientos en “La Bala que Nunca Disparó Sam Peckinpah…

  1. Me dejo un poco k.o. La vi a desgana, en una infinita noche en la que el tiempo pesaba como pocas veces. La consideré un pasatiempo y luego fue un refugio. Empezó tibiamente – bien usado el adjetivo por ti – y terminó pesando como un libro de mucha hondura. Es fantástica. A mí me pareció una pequeña, no sé por qué digo pequeña, joya que necesita publicitarse, expandirse, llegar. Gosling es un Alain Delon (El silencio de un hombre, ese samurai) templado, que se expresa justamente, que llega a donde se propone con un repertorio mínimo, enorme. Cuando la violencia se dispara, y se dispara, ay cómo se dispara, se contempla hasta con quietud. Está implantada en el chasis como pocas veces yo haya visto. Qué grande la sorpresa. Addenda: relato navideño en puertas. Qué bien.

  2. Extraordinaria película, Emilio. Enorme. La vi en la clausura del festival, y puedo dar fe del intenso silencio que generó en las miles de personas que atiborrabamos el velódromo. Silencio escalonado, como siguiendo las pautas de toda buena película que aún cae en el vício de sorprender a los que creemos estar de vuelta de todo, cinéfilamente hablando, of course. Qué belleza, y qué gran guión para que Peckinpah hubiese disparado esa última bala. Gosling, intenso y metódico como siempre, se sale una vez más. Lo mejor es que la peli sigue creciendo dentro de mí.

    Relato navideño a vuestra disposición, y a la mía propia. Como cada año desde hace ya seis. Y la vida sigue, amigo.

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