Decía Julien Duvivier que el mayor problema de las películas por episodios consistía en la hilvanación del relato. El director francés sabía de lo que hablaba. Dirigió varias películas segmentadas que siempre sufrieron de un mismo problema de continuidad. Problema que se repite, una vez más, en «New York, I Love You».
Hábilmente trenzada de modo no correlativo, la película avanza a veces a trompicones, a veces fluidamente en función de la historia contada. Historias que muestran a un marido celoso y lo engañoso del azar; a una joven novia judía ortodoxa con dudas antes de su matrimonio; a un botones tullido que vive solo en la imaginación de una vieja gloria de la escena; a un amoroso padre confundido con un canguro; a un matrimonio consumido por la rutina que se recrea en juegos con la esperanza de hacer revivir lo que un día los unió; a un colegial deseoso de adentrarse en los misterios del sexo con una cita peculiar en la noche marcada; a un escritor en busca del amor fugaz en las barras de bares; a una pareja de ancianos que añora los tiempos en los que subir escaleras no equivalía a una rotura de cadera… Todas ellas historias breves que no siempre actúan como vasos comunicantes pese a las buenas intenciones de sus múltiples directores. La mayoría sinceras. Unas pocas en busca del aplauso fácil. Las menos entregadas a un final «sorpresa» que inevitablemente termina por estallarles en las manos. Y sobre el aire, el amor por una ciudad a la que resulta tan difícil de amar como fácil de odiar.
Es estimable, pese a sus defectos, el ansia por transmitir la esencia al espectador lejano que se refleja en unos actores entregados independientemente de la frugalidad de su papel. Tratando siempre de dar a entender que el tipo de Bangla Desh que está del otro lado podría encontrarse algún día con la cartera extraviada de un marido celoso. Que la chica sueca que devora palomitas en una sala de Örebro podría extender sus manos hacia el pomo de la puerta de un restaurante italiano del Bronx. Que nosotros mismos, tal vez, algún día formemos parte de ese laberinto de cemento cubierto por el azul.
No la he visto Alex, y le tengo ganas, aunque tu comentario me ha parecido un poco ambivalente,no sé si te ha emocionado o no,y ese para mí es el principal baremo a la hora de dedicarle una entrada a una peli.
bss
Es que yo tampoco lo sé, Troyana. Tiene momentos que me llegan especialmente, pero son como islotes incomunicados entre sí. Le sobran buenas intenciones y le falta calor.
Besos.