De todo lo extraño que atrae hacia sí la bacheada «De Fosa en Fosa», destaca el silencio. Los peculiares personajes que pueblan el metraje, todos ellos tronados, se conducen en la oscuridad utilizando las manos, la intuición y el corazón. Del silencio extrae su libertad Pero, orador en funerales extremadamente sensible que sirve de guía a través de un catálogo de seres huerfanos de sí mismos: su amigo Shooki enamorado secretamente de la sordomuda Ida; el abuelo suicida en potencia que pide auxilio en cada uno de sus estrafalarios intentos por quitarse la vida; la hermosa Renata, amor platónico de Pero, entregada a una viciada relación de posesión orquestada por su padre; la abnegada Vilma y su crápula marido… Todos ellos, sus peripecias, sirven para tejer un lienzo previsible jalonado por líricas perlas casi estáticas que siembra a lo largo del metraje su director, Jan Cvitkovic.
Las concesiones a los tópicos del cine balcánico no son pocas: la locura como vía de escape; lo hermético como respuesta a una pregunta nunca formulada; lo racional como enemigo del alma… la herencia de Kusturica. Sus personajes bailan en silencio. Se comunican mediante gestos en detrimento de la palabra. Se quieren a lo lejos… siempre en silencio. Una trágica lección de vida tamizada por lo torpes movimientos de personajes en realidad cómicos.
Y al final, cuando todo parece perdido ante lo cotidiano, surge el calambrazo de entre la oscuridad. Un cuarto de hora final brillante, emocionante que sólo resulta comprensible desde el silencio.
El abrazo que habla…
El abrazo que habla…y la mirada de él, que presagia todo lo que está a punto de suceder…
Beso grande y abrazo de los de hacer un cuenco con la mano.
Los abrazos siempre hablan en realidad. Y todos deberían tener forma de cuenco.
Beso enorme.