Tal vez sea la escena más elocuente de «El Apartamento»…
Baxter, borracho de confianza, muestra su nuevo despacho a la señorita Kubelik. En ese instante, Fran, hundida moralmente, le presta un espejito de mano para que Baxter pueda acicalarse.
Baxter: Señorita Kubelik, está roto…
Fran: No importa. Es así como me siento.
Hacía tiempo que Billy Wilder quería rodar un cuento de hadas en negativo. Algo así como darle la vuelta a «Sabrina», velando cualquier brillo restante sin dar otra opción que el color gris. Así nació Baxter.
En contra de lo que se suele pensar, Wilder se muestra extremadamente cruel con el oficinista del departamento de contabilidad de una boyante compañía de seguros. No se trata de que sea un número más, su drama reside en que es un número invisible para todos salvo para el arrollador J.D. Sheldrake, un puñado de ejecutivos y la señorita Kubelik. Los primeros únicamente desean de él las llaves de su apartamento. Fran le reconoce cada mañana entre la marabunta humana «porque es usted el único que se quita el sombrero al subir en el ascensor». De hecho, se descubre por ella, aunque Fran no lo sospeche.
Baxter es para Wilder un ser patético y solitario. Si tiene familia no mantiene contacto alguno con ella «Es agradable tener compañía en Navidad», tampoco tiene amigos, ni vida social. Es el tipo que se queda haciendo horas extra un viernes, mientras sus compañeros llenan los bares y bailan con chicas. Wilder no siente compasión por él. Le golpea una y otra vez porque, como decía el director austriaco: «Sólo se aprende a base de palos».
En la inocencia de Baxter encontrará la señorita Kubelik un refugio. Se considera en deuda con él tras salvarle la vida, pero no le quiere. ¿Por qué no podré enamorarme de alguien como usted? Su atracción hacia él es casi maternal. Se mantiene distante en cada momento, obscilando hacia lo compasivo según comprenda que Baxter carece de texturas «Se quiere o no se quiere» La indiferencia es siempre preferible a la compasión, algo que Baxter sabe, pero que la insoportable soledad en la que está sumergido le hace ignorar. Él es bondadoso y ella consume una vida mísera. Sólo el amor salvaría algo así. Por ello, Baxter tratará de ser un digno objetivo para Fran trabajando el doble y esforzándose más, ignorando que su jefe no es tan valioso para ella como el hecho de interesar a un «hombre importante».
El día que Sheldrake le vuelva a pedir las llaves de su apartamento será consciente de que el castillo de sueños que ha construído carece de cimientos. Se emborracha, se autoinmola ante sus vecinos por proteger la reputación de su jefe (es un idiota, ahora lo sabe y lo acepta), se vence al tiempo que es ascendido a secretario personal de Sheldrake…
Es entonces cuando Wilder asesta la puya definitava a la historia: El final debe ser aparentemente feliz. Baxter, sin nada que perder pues nada tuvo jamás, renuncia a un cargo que no siente suyo. Ha decidido emprender una nueva vida lejos de todo. Siempre estará solo, siempre será infeliz, pero al menos será el dueño de su incierto destino. Le niega las llaves a Sheldrake ahora que Fran está con él y es otra la que ocupará temporalmente su tiempo. En un último acto de dignidad, se niega a ser cómplice del dolor destinado a Fran.
Mucho antes de que se produzca el desenlace, Baxter se ha convertido en un ser entrañable. Se desea lo mejor para él, por ello, cuando la señorita Kubelik acuda corriendo a su encuentro, respiramos aliviados aunque en realidad se trate de la última jugarreta de Wilder. Los leves gestos de amor de ella son correspondidos por las compuertas emocionales abiertas de Baxter. Está completamente entregado a ella. Le dice que la quiere. Ella no responde. En ningún momento le dice que le quiere. El futuro para ambos es problemático, en el supuesto de que permanezcan juntos: parten de la nada, no tienen trabajo, ambos huyen de su pasado y lo único que les une es la fuerza de unos sentimientos cuestionables. El cínico Wilder no cree en el amor reciproco, pero, como buen tahúr, sabe manejar las cartas para engañar al que mira.
Es un loser, se mire por donde se mire. Un perdedor que no tiene más opción que seguir la corriente de la sociedad porque ni puede imponerse ni le dejan.
Es un perdedor maravilloso. Baxter carece de todo, incluso de sí mismo. Por eso, al reencontrarse se siente tan bien.
Tu último texto, en el que te confiesas Baxter, me…no sé…me gusta muchísimo.
Me pareció que paseaba contigo debajo de esa lluvia.
Gracias. Vivido relato. No habría estado mal tener compañía durante ese paseo bajo la lluvia. Me encontraba desolado el pasado domingo.
Es irónico que Baxter descubra que la Srta. Kubelik es la amante de Sheldrake justo cuando se da cuenta de que el espejito abandonado en su casa es de ella…
Sí que lo es, Amaya. Triste descubrimiento aquel.