Usted martín santomé no sabe
cómo querría tener yo ahora
todo el tiempo del mundo para quererlo
pero no voy a convocarlo junto a mí
ya que aún en el caso de que no estuviera
todavía muriéndome
entonces moriría
sólo de aproximarme a su tristeza.
usted martín santomé no sabe
cuánto he luchado por seguir viviendo
cómo he querido vivir para vivirlo
porque me estoy muriendo santomé
usted claro no sabe
ya que nunca lo he dicho
ni siquiera
en esas noches en que usted me descubre
con sus manos incrédulas y libres
usted no sabe cómo yo valoro
su sencillo coraje de quererme
usted martín santomé no sabe
y sé que no lo sabe
porque he visto sus ojos
despejando
la incógnita del miedo
no sabe que no es viejo
que no podría serlo
en todo caso allá usted con sus años
yo estoy segura de quererlo así.
usted martín santomé no sabe
qué bien, que lindo dice
avellaneda
de algún modo ha inventado
mi nombre con su amor
usted es la respuesta que yo esperaba
a una pregunta que nunca he formulado
usted es mi hombre
y yo la que abandono
usted es mi hombre
y yo la que flaqueo
usted Martín Santomé no sabe
al menos no lo sabe en esta espera
qué triste es ver cerrarse la alegría
sin previo aviso
de un brutal portazo
es raro
pero siento
que me voy alejando
de usted y de mí
que estábamos tan cerca
de mí y de usted
quizá porque vivir es eso
es estar cerca
y yo me estoy muriendo
santomé
no sabe usted
qué oscura
qué lejos
qué callada
usted
martín
martín cómo era
los nombres se me caen
yo misma me estoy cayendo
usted de todos modos
no sabe ni imagina
qué sola va a quedar
mi muerte
sin
su
vi
da.
Mario, Don Mario, como dice (decía) un buen amigo mío, es un «fiera», transcribo sus palabras alrededor de una mesa de bar con un buen alijo de cerveza y tres ceniceros reventones de colillas. Era tarde, y lo que menos convenía era tirarnos al camino de la literatura. De ahí, una vez entrados, no se nos podía sacar con facilidad y el dueño del bar pedía con el gesto que fuésemos dando el último brindis, las últimas bocanadas de Chester (era la moda entonces entre nosotros) y las penúltimas risotadas. Cosas de mozalbetes más interesados (entonces) en la cultura, qué error, que en las curvas de Pepi o en el canalillo de Luisa, que siempre se ofrecía con más facilidad de lo esperable. Viene al caso, Álex, no desvarío: entonces adorábamos a Benedetti, a Don Mario… Nos daba esa sencillez de lo trágico que no nos daba nadie. Nos hablaba de asuntos mayores con una simplicidad que desarmaba nuestros arrestos culturalistas. Porque lo que estaba de moda, aparte el Chester, era Borges, era Cortázar, era ese boom de escritores afincados en lo milagroso, en lo fantástico, en la trastienda de las cosas que otros (menos sueltos en milagros) no se atrevían a manuscribir…. He estado estos días releyendo los cuentos de Benedetti y, de camino, oyendo El sur también existe, el disco imperfecto, pero bonito del último buen Serrat: luego se ha maleado en exceso con sinfónicas y con cancionero ramplón que enfanga la memoria perfecta de los últimos setenta… Al grano, que me voy: me ha gustado el regreso de Don Mario, estos días, entre el comienzo del curso y el recuerdo de las «domingas» (términos antiguos, no míos) de Pepi, que nos distraía de lo esencial, de lo culto, ya ves, cuando en aquellos años lampábamos (qué verbo más hondo) por acercarnos más a la carne y retirarnos algo (en fin) de las letras. Estábamos empapados de letras. Seguimos. Ahora no veo a aquella gente, no frecuente aquellos bares, no me dejo caer por los trances etílicos tan gratos, no canto blues con la voz carcomida por las cruzcampo proverbiales y por el gratísimo Chester. Ahora bebo con moderación y fumo en bodas y en comuniones, my friend: ha eso he llegado. Y conste que no me arrepiento, que va. Lo bueno es que como la puñetera magdalena del santo Proust yo veo un libro de Don Mario (el de tu foto, el mío) y se me activen las imágenes promiscuas, los tiempos de Universidad, de Pre-Universidad, cuando yo me dedicaba a fatigar calles con mis pensamientos al aire, deseando que se aclarasen. No se han aclarado en demasía, aunque duermo feliz y me siento moderamente correspondido por los bienes de la vida. Don Mario estuvo entonces en ese arranque de vida, en ese plus de aventura que hacia los dieciocho nos parece la rehostia, con perdón. Todo eso surge cuando veo tu (ya clásica, Álex) colcha o manta o lo que sea sobre la que depositas ( sé que con arrobo) tus libros, tus discos, tus pequeños tesoros… Los compartimos, my friend. A cuidarse. A cuidarse. Buenas noches.
Ah olvidaba que releer a Benedetti sigue siendo una de las relecturas más felices que se pueden hacer. Con todo lo releíble que hay en el mundo, Don Mario sigue siendo el «fiera»… Además tiene esa carita de buena persona….
Y tres:
Coño, no me había fijado: Faro fantástico al norte de la página… Ilumina mucho, se ve el mar perfecto.
No he recibido demasiados regalos en mi vida, y quizás sea este libro el que más aprecio.
Gracias por la confidencia. El que confieses que has vivido no tiene porqué ser nostálgico. Mucho camino es el que queda por andar.
La definición que haces de Benedetti es certera: es una fiera. Describe la tristeza con la esperanza de que sea reversible. Su modo de ver el mundo es mágico, aunque su literatura no entre dentro de ese género. Santomé encuentra la felicidad, no la busca, cuando ya ha tirado la toalla. No dura mucho, el destino es así de cabrón, pero los planes que hizo para Laura y para él son una prueba de que su corazón volvió a latir antes de detenerse de nuevo.
Bueno, mi edredón feo es feo de narices, pero le tengo un gran cariño. Creo que fue el único de su clase que consiguieron vender. La gente huía de él como de la peste, tal vez por eso me atrajo tanto.
Y tres:
Me encanta que te encante el faro que preside mi página. No sé ve con nitidez el título del blog, eso es cierto. A ver si consigo algo mejor.
Buenos días, Emilio (son las seis y llevo despierto desde las cuatro. Las noches se hacen muy largas cuando el insomnio ataca). Cuídate mucho.
Buenos días, son las ocho.
Al faro se le limpian las letras y queda perfecto.
El edredón (no daba con la palabra) es un clásico de la blogocosa.
Benedetti, un fiera.
Confieso que he vivido, que diría Neruda. No es nostalgia: son evidencias de esa firme convicción. Sigo.
El insomnio es terrible. Yo siempre lo he padecido. Duermo mal, a deshoras. La noche es siempre el cómplice perfecto para perderse uno, a veces, en lo que le gusta. Otras la noche es la sierra mecánica de Leatherface y te va persiguiendo por los pasillos. Las ovejas, no llegan.
Anoche fue una buena. Caí pronto.
Decía mi abuelo que el día acaba cuando te acuestas y comienza cuando te despiertas, Emilio. Y por mi experiencia, no le voy a contradecir. El insomnio es otra cosa. Cuando lo causa una cuestión no física, estás perdido. No hay manera de vencerlo.
El sueño te llegó pronto. Afortunado eres…
Hilo de Morfeo, le vamos a llamar a esta sección:
Yo soy trasnochador. Lo he sido siempre. En la calle. En casa. No pillo el sueño con facilidad a las horas en que todo el mundo lo pilla. Ha sido, y es, un problema. Esas horas son las horas de la lectura, de mi blog, de ver páginas de otros, de ver pelis, de mirar desde la terraza el cielo estrellado, que algo se pilla desde donde vivo.
Tu abuelo era un tío razonable, listo, con carrera en la vida. Mi cuerpo es un enigma. Cuando la cabeza me golpea con alguna preocupación, el insomnio, la falta de deseo de dormir o su imposibilidad se agrava. En esas andamos.
Hilo de Morfeo cerrado.
Hilo cerrado, vale. Y muy agradecido por tus palabras, conste.
Recuerdo que me hablaste de este libro de poemas entre Avellaneda y Santomé, tendré que hacerme con él… Adoro «La tregua», un libro emocionante como pocos…
Es una antología de poemas que recoge varias «cartas» cruzadas entre Santomé y Avellaneda. Increíbles poemas. Bellísimos.
Descubrí el libro en tu página, un verano de hace dos años, creo recordar. Busqué el libro en la biblioteca y lo encontré. Poco después, me regalaron el ejemplar que ves sobre mi edredón feo. Es uno de los mejores regalos que me han hecho, no digo más…
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